El encuentro sincero con el otro, puede llegar a marcarte tan profundamente, que desde ese mismo instante la vida toma un nuevo significado.
Carlos Gastini, al que conoció Don Bosco como aprendiz de barbero, se quedó a su lado como maestro del taller de encuadernación y por siempre como amigo y educador.
Desde hoy, el espíritu de aquella amistad inquebrantable, deseo traerlo a esta ventana, para así seguir compartiendo con todo el que lo lea, el sentimiento de gratitud por ser, exalumno de Don Bosco...
Cari amici:
Recuerdo
que era una mañana cualquiera de un día cualquiera, allá por el año 1843…; me
encontraba barriendo los restos de algunos mechones canosos recién cortados, antes
que los primeros fríos aires invernales los esparcieran por toda la barbería, al
abrir de la vieja puerta acristalada.
Entre
tanto, mi patrón se disponía a rasurar a un cliente, mientras mantenían una
animada conversación sobre la declaración de la mayoría de edad, con tan sólo
14 años, de una niña a la que se iba a coronar en España como reina en pocos
días, con el nombre de Isabel II.
Yo
entretanto me afanaba, agradecido por la oportunidad que me había ofrecido como
aprendiz, en aquella barbería cercana a Porta Palazzo; pero muy especialmente, por
aquellas pocas monedas que me entregaba al final de la semana y que yo
ilusionado le llevaba a mi madre, lo cual siempre servía para mitigar las
grandes penurias que sufríamos en casa, desde que llegamos procedentes de
nuestro pequeño pueblecito de Cavour, en pleno Piamonte italiano.
Por
suerte acababa de finalizar mi tarea, cuando un sacerdote abrió la chirriante
puerta, mientras se desprendía tanto de su raído bonete como de su desgastado
abrigo, regalándome una sencilla sonrisa a la vez que alzaba su vista para
saludar a los allí presentes.
El
bueno de mi patrón muy amablemente, le indicó que debía esperar unos minutos
mientras terminaba raudo con aquel viejo cliente, pero según replicó aquel
cura, las prisas no se lo permitían y mirándome con cara confiada me solicitó
que le afeitase…
- Discúlpeme
Don Bosco; es un buen muchacho, pero tan sólo es un aprendiz, que aunque se esfuerza
en sus quehaceres diarios, sólo barre y limpia utensilios…; si esperase al
menos unos instantes…-le replicó mi patrón-.
- Bueno,
bueno, no se preocupe tanto…-le contestó- es más… ¿No me dice que es aprendiz?
Pues en algún momento deberá iniciarse…
Y
dirigiéndose a mí, mientras tomaba asiento me dijo:
- Hala!
Algún día tiene que ser el primero…
Mi
patrón se percató de la irrevocable decisión de aquel osado sacerdote y
mirándome con no poco temor, me indicó que le atendiese.
Mi
temblorosa mano, le enjabonó el rostro con la brocha y sosteniendo una recién
afilada navaja, la acerqué a su rostro…
Las
miradas de los presentes las notaba clavadas sobre mí, mientras yo tragaba
saliva con dificultad, debido a mi nerviosismo…
Ágilmente,
Don Bosco atinó a sujetarme la mano y me dijo:
- Estate
tranquilo, muchacho. Simplemente hazlo tal y como lo has visto hacer cientos
de veces…
Esa
fue la primera vez que vi de cerca la mirada de aquel sacerdote, que la vida
haría que nunca olvidase y
menos, cuando algunos meses después, fue aquella misma sonrisa la que reconocí
frente a mí, encontrándome tirado en la calle junto a mi hermano, al fallecer
mi madre, dado que el viejo casero no nos dejaba entrar en la que hasta ese
momento era nuestra casa, por temor a no poder cobrar su renta a final de mes.
Desde ese mismo instante, mi vida
cambió.
Fui exalumno, convirtiéndome con el
tiempo, en maestro de aprendices de encuadernadores; Don Bosco fue mucho más
que mi amigo; el Oratorio de Valdocco mi casa y yo por siempre “el barberillo
de Don Bosco…”
Sempre con la mía gratitudine…
Carlos Gastini
Es una joya, gracias por compartir
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