viernes, 15 de noviembre de 2013

UN ENCUENTRO QUE MARCO MI VIDA

El encuentro sincero con el otro, puede llegar a marcarte tan profundamente, que desde ese mismo instante la vida toma un nuevo significado. 

Carlos Gastini, al que conoció Don Bosco como aprendiz de barbero, se quedó a su lado como maestro del taller de encuadernación y por siempre como amigo y educador.

Desde hoy, el espíritu de aquella amistad inquebrantable, deseo traerlo a esta ventana, para así seguir compartiendo con todo el que lo lea, el sentimiento de gratitud por ser, exalumno de Don Bosco...

 
Cari amici:
 
Recuerdo que era una mañana cualquiera de un día cualquiera, allá por el año 1843…; me encontraba barriendo los restos de algunos mechones canosos recién cortados, antes que los primeros fríos aires invernales los esparcieran por toda la barbería, al abrir de la vieja puerta acristalada.

Entre tanto, mi patrón se disponía a rasurar a un cliente, mientras mantenían una animada conversación sobre la declaración de la mayoría de edad, con tan sólo 14 años, de una niña a la que se iba a coronar en España como reina en pocos días, con el nombre de Isabel II.

Yo entretanto me afanaba, agradecido por la oportunidad que me había ofrecido como aprendiz, en aquella barbería cercana a Porta Palazzo; pero muy especialmente, por aquellas pocas monedas que me entregaba al final de la semana y que yo ilusionado le llevaba a mi madre, lo cual siempre servía para mitigar las grandes penurias que sufríamos en casa, desde que llegamos procedentes de nuestro pequeño pueblecito de Cavour, en pleno Piamonte italiano.

Por suerte acababa de finalizar mi tarea, cuando un sacerdote abrió la chirriante puerta, mientras se desprendía tanto de su raído bonete como de su desgastado abrigo, regalándome una sencilla sonrisa a la vez que alzaba su vista para saludar a los allí presentes.

El bueno de mi patrón muy amablemente, le indicó que debía esperar unos minutos mientras terminaba raudo con aquel viejo cliente, pero según replicó aquel cura, las prisas no se lo permitían y mirándome con cara confiada me solicitó que le afeitase…

-      Discúlpeme Don Bosco; es un buen muchacho, pero tan sólo es un aprendiz, que aunque se esfuerza en sus quehaceres diarios, sólo barre y limpia utensilios…; si esperase al menos unos instantes…-le replicó mi patrón-.

-      Bueno, bueno, no se preocupe tanto…-le contestó- es más… ¿No me dice que es aprendiz? Pues en algún momento deberá iniciarse…

Y dirigiéndose a mí, mientras tomaba asiento me dijo:

-      Hala! Algún día tiene que ser el primero…

Mi patrón se percató de la irrevocable decisión de aquel osado sacerdote y mirándome con no poco temor, me indicó que le atendiese.

Mi temblorosa mano, le enjabonó el rostro con la brocha y sosteniendo una recién afilada navaja, la acerqué a su rostro…

Las miradas de los presentes las notaba clavadas sobre mí, mientras yo tragaba saliva con dificultad, debido a mi nerviosismo…

Ágilmente, Don Bosco atinó a sujetarme la mano y me dijo:

-      Estate tranquilo, muchacho. Simplemente hazlo tal y como lo has visto hacer cientos de veces…

Esa fue la primera vez que vi de cerca la mirada de aquel sacerdote, que la vida haría que nunca olvidase y menos, cuando algunos meses después, fue aquella misma sonrisa la que reconocí frente a mí, encontrándome tirado en la calle junto a mi hermano, al fallecer mi madre, dado que el viejo casero no nos dejaba entrar en la que hasta ese momento era nuestra casa, por temor a no poder cobrar su renta a final de mes.

Desde ese mismo instante, mi vida cambió.

Fui exalumno, convirtiéndome con el tiempo, en maestro de aprendices de encuadernadores; Don Bosco fue mucho más que mi amigo; el Oratorio de Valdocco mi casa y yo por siempre “el barberillo de Don Bosco…”

Sempre con la mía gratitudine…

Carlos Gastini

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